Para saber cuando estaba lista la cocción se sacaban una piezas por la chimenea o bramera llamadas "catas". Estas nos indicaban si el horno necesitaba mas leña o ya estaba lista su cocción. Cuando se terminaba de cocer se tapaban todas las chimeneas con adobe y barro menos una. El segundo día de la cocción se iban abriendo las chimeneas poco a poco para que el enfriamiento no fuese rápido y al cuarto día se sacaba el horno.
En torno a la cocción del horno, hay muchas anécdotas y buenos momentos vividos. En invierno cuando hacía frío y las temperaturas eran bajas, amigos y gente del pueblo se acercaban a calentarse. El horno servía de excusa perfecta para echar un rato de charla, cenar con un buen vaso de vino, habas, un taco de jamón y embutidos. Para la benemerita y la policía local, en las noches frías de invierno, las guardias nocturnas se hacían duras y agradecían que en el barrio de La Loma hubiese un pequeño volcán encendido hasta la madrugada para acercarse y al calor del horno hacer mas llevadera la noche. En el pueblo rápidamente, se sabía cuando estábamos cociendo. Al igual que las señales de humo de los indios, la gran columna de humo se veía desde cualquier punto del pueblo y todo el mundo decía lo mismo: -¡Ya están cociendo los Puntas!
Hasta los mas pequeños disfrutaban de este ritual. Con las presiones de aire el humo subía y bajaba, llegando a veces hasta el suelo, quedando la alfarería sumida en una oscura niebla negra por unos instantes. En ese momento nuestros hijos jugaban a cruzar esa niebla y llegar de un lado a otro. Otro juego era buscar entre tanta cascara de almendra, alguna almendra entera para partirla y sacarle su fruto. Era algo mas fácil que buscar una aguja en un pajar, pero tenía su entretenimiento.
El horno ahora descansa, estaría bien despertarlo, algún día volver a darle vida, aunque solo fuese una vez.




















No hay comentarios:
Publicar un comentario